domingo, 27 de noviembre de 2011

Política de comunicación y Comunicación política


A todos los que hemos dedicado nuestros años de esfuerzos laborales al apasionante mundo del marketing y la comunicación, nos ha enseñado la experiencia, además de los estudios y los numerosos libros, artículos y revistas leídas sobre la materia, que cualquier entidad ya sea pública o privada, cualquier empresa o cualquier persona que por una u otra causa tenga un producto o servicio que desea vender a la población y a través de ello obtener algún retorno a esa venta, siendo ese retorno de cualquier tipo que imaginemos, ya sea monetario, ya sea de conocimiento, ya sea de obtención de confianza, de generación de fama o lo que quiera que sea, debe en primer lugar y sobre todas las cosas, pensar, diseñar, desarrollar y ejecutar una adecuada política de comunicación.

La política de comunicación se establece para decir a la gente aquello que queremos transmitir de una forma clara y concisa, a través de los medios y soportes adecuados para ello, y con unos mensajes que expliquen claramente todo aquello que queremos que las personas conozcan acerca de lo que queremos “venderles” o acerca de aquello sobre lo que deseamos “convencerles”, para en virtud de ello, conseguir que esas personas se formen en su mente una imagen favorable hacia nuestro producto, y una actitud proactiva para darnos su confianza o adquirir aquello que deseamos venderles.

Todos estamos de acuerdo en que desde hace ya algunos años, los “compradores” de las cosas, es decir, los ciudadanos, hemos evolucionado mucho, hemos aprendido mucho, hemos adquirido un nivel de cultura y formación que dista mucho del que poseían nuestros abuelos y bisabuelos, y que por tanto los comunicadores debemos evitar la tentación de engañarles, intentando venderles humo o intentando darles gato por liebre. Esto es así para cualquier cosa o producto que queramos vender, aunque no sé bien por qué, parece que no funciona cuando se refiere a la política.

Efectivamente, si en el mundo de la comunicación empresarial hemos llegado a la convicción firme e incuestionable de que el cliente es el rey, y de que el mayor error que se puede cometer es el engaño y el fraude cuando comunicamos algo que no es cierto o que contiene algún tipo de falsedad, en la comunicación política viene ocurriendo todo lo contrario y elección tras elección, se viene demostrando que no ocurre absolutamente nada, que aquellos que mienten y falsean, que aquellos que dicen una cosa y luego hacen otra, no sólo no son condenados con el desprecio y el olvido, sino que en la mayoría de las ocasiones suelen ser premiados obteniendo más confianza en tiempos posteriores, más votos en cada elección y finalmente más poder a pesar de que no sepamos cómo lo van a usar.

¿Por qué ocurre esto?

No sé si alguien sabría explicarlo, yo desde luego que no. No soy psicólogo, ni psiquiatra, ni sociólogo, y mucho menos adivino, vidente o investigador de cerebros, y por tanto no sé si existirá algún tipo de función neuronal que se desactiva cuando se trata de recibir la comunicación y decidir acerca de la política. Lo único que se me ocurre a primera vista, es que la política debe funcionar en nuestras mentes de una forma algo parecida a como funcionan las cosas de por ejemplo el fútbol.

Siempre he pensado que el tema del fútbol es algo que, no es que sea irracional, sino que está “al margen de la racionalidad”. Efectivamente si observamos a las personas, veremos muchas que son equilibradas, bien formadas, lógicas y con sentido común en casi todos los aspectos de su vida, pero cuando acuden a ver un partido de fútbol, bien sea en un estadio o delante de un televisor, parece que por algún extraño fenómeno, se apagan todas las neuronas del raciocinio y quedan solo aquellas que rigen la pasión, la parcialidad, la visión más primitiva y primaria de las cosas, y por ello esas personas se transforman en cuestión de segundos, pasando de ser lógicas y racionales, a egoístas e irracionales. Todo lo que hacen los “suyos” es excelente aunque realmente sea penoso, y todo lo que hace el equipo contrario es penoso aunque estén jugando un partidazo. Y no hablemos ya del árbitro que como tenga algún error en contra del equipo propio, se convierte de inmediato en un infamante enemigo al que si esos fanáticos tuvieran a mano, le podría ocurrir cualquier cosa. Deja de funcionar la mente y el raciocinio, y afloran en toda su extensión las reacciones de egoísmo, furia desatada, ira, nula capacidad de comprensión y demás actitudes propia de los fanáticos. También estas mismas actitudes se revelan aún más exacerbadas en contra de los jugadores del propio equipo cuando juegan mal y se convierten en “mercenarios”, o cuando se van a otro equipo y se convierten en “traidores”.

Pues bien, algo parecido debe pasar en la política, ya que si no es así, no encuentro explicación posible a que un político que no haya dicho absolutamente nada de lo que piensa hacer, un partido que no ha explicado cuáles son las líneas de su programa, y unos dirigentes que no han hecho más que hacer lo contrario de lo que dicen, hayan conseguido obtener el respaldo de más de 10 millones de personas y con ello la mayoría absoluta para gobernar.

Conclusión, o esos millones de personas han apagado las luces de sus neuronas en el momento de la votación, o bien les da igual que  les engañen. Cualquiera de las dos alternativas es para echarse a temblar. Porque la tercera posibilidad, es decir la consistente en que crean y hayan creído todo aquello que los que han ganado las elecciones han dicho, me llevaría a pensar que nuestro futuro es aún más negro de lo que pensaba, porque entonces estaríamos en presencia de millones de fanáticos a los que, pase lo que pase, no habrá nunca forma humana de convencerlos de que no están en posesión de la verdad, que las cosas en general no son tal y como ellos las ven, y que la culpa de los males no las tienen siempre y de forma exclusiva el partido político de “los otros”.

Lo dicho al principio, una vez más se demuestra que en la “comunicación política” no existe en absoluto ninguna “política de comunicación” pensada, analizada y desarrollada para que los ciudadanos conozcan toda la verdad de las cosas. 

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