jueves, 6 de diciembre de 2012

Estoy cabreado


Sí muy cabreado y me sobran razones y motivos.

Estoy cabreado porque los proyectos que tenía y en los que había puesto trabajo, ilusión y horas, se han ido a pique. Te machacas la cabeza pensando qué cosas pueden interesar, qué cosas pueden ser buenas para la sociedad, qué cosas pueden tener éxito tanto a nivel de repercusión social como a nivel económico, después te pasas horas, días y semanas buscando información, analizando documentos, sopesando pros y contras y finalmente escribes un documento con todos los datos necesarios, las justificaciones, los análisis, las posibilidades y , cómo no, los números para demostrar su viabilidad y rentabilidad.

Al final contento y ufano empiezas a pensar a quién se lo puedes presentar para convertirlo en realidad. Eliges y vas a por ello. Consigues contactar, consigues que te reciban, consigues que te hagan caso y finalmente consigues que empiecen a brillar ojos y a aparecer muecas de sonrisa, y te dices para tus adentros, ¡ha gustado!, sí ha gustado y mucho y además le están viendo ya los simbolitos del dólar que se reflejan en sus ojos. La cosa va bien.

Te vas contento, tu trabajo ha gustado, tu proyecto ha resultado interesante, lo has observado en las caras y en las reacciones, y te vas convencido de que en breve te llamarán para empezar a poner en marcha el asunto. Alegría interna y externa, en estos tiempos tan jodidos, conseguir que algo guste e interese es una misión casi sobrehumana. Misión cumplida te dices.

Y así no con uno, sino con unos cuantos y con las mismas reacciones y conclusiones.

Pasa un día, dos, una semana y te dices: “bueno ya me dijeron que lo tenían que ver en no-sé-qué-comité, pero que estuviera tranquilo que esto seguro que iba para adelante”. Te dices que claro también hay otros asuntos que deben tratar y lo tuyo quizás no esté en primera línea. Tranquilo pues, hace falta un poco de tiempo.

Pasan dos semanas, tres y pasa el primer mes completo sin noticias. Te empiezas a preocupar y llamas para informarte. Te dicen que tranquilo, que “no-sé-quién-que-manda-mucho” ha estado de viaje, o de reuniones, o de negociaciones con no sé quién, y que aún no han podido ver lo tuyo. Te lo crees porque te lo dicen, pero sin creértelo demasiado porque te empieza a oler a chamusquina.

Mes y medio, dos meses, tres meses y vuelves a llamar. Te dicen que ya están a punto de analizarlo en el comité y que en la “próxima semana”, como casi siempre, te darán una respuesta.

Bueno te dices, después de tres meses, una semana más no va a ningún lado. Pero como suele ser habitual, tampoco es una semana, sino dos, tres o incluso cuatro, y finalmente ya desesperado, recibes un mail en el que más o menos te dicen: “de verdad que tu proyecto es interesantísimo, pero “no-sé-quién-que-manda-y-decide-mucho” ha dicho que ahora no es el momento, porque están las cosas muy mal”. Y así una vez tras otra.

Y mientras tanto ves a los “empresarios ejemplares” que mandaban en la CEOE hundiendo empresas, blanqueando dinero, defraudando y llevándose la pasta fuera de España. A los políticos cargándose la sanidad, la educación, la dependencia, las pensiones y todo aquello sobre lo que ponen los ojos o las manos. A los aduladores y compadres de los políticos ocupando puestos y cargos en la administración por su “cara bonita” o por ser amiguetes del alma de alguno de ellos. A la corrupción que crece y crece sin parar. A los bancos robándonos el dinero para llevárselo, y pidiendo luego que les demos dinero para salvarles.

Y digo yo, ¿cómo narices no voy a estar cabreado, cuando he tirado mi esfuerzo y mi tiempo, además de mi trabajo y mi dinero, mientras otros nos chulean cada día un poco más?

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