miércoles, 10 de marzo de 2010

La insoportable falsedad del ser

Como idea general podemos afirmar que, en la mayoría de los casos, en el principio de las personas suele haber “principios”. No existe ser humano que desde temprana edad pueda carecer de principios, como raro es igualmente el ser humano que llega al ocaso de su existencia manteniendo esos mismos "principios" del inicio de su vida.

En general los "principios", de la misma forma que la vida en sí misma, van variando a lo largo de los años y se van transformando en los "principios de cada uno". Así los “principios generalmente aceptados” como podríamos denominarles caso de que estuviéramos hablando de la contabilidad y la auditoría contable, se van transformando, como también ocurre muchas veces en las finanzas, en “los principios de cada uno”, que obligatoriamente deben ser aceptados por los demás. De ésta forma los elementos de la conducta humana se convierten en un galimatías en el que podemos decir que “generalmente nadie está de acuerdo con nadie”.

Los principios que podríamos denominar “humanos” de sentido común, que engloban todos aquellos que tienen que ver con la vida básica de las gentes, es decir, solidaridad, comprensión, ayuda al prójimo, convivencia pacífica y que componen la parte inmaterial e intangible de la naturaleza humana, van desapareciendo de una manera directamente proporcional a la aparición de los principios tangibles y materiales con los que la evolución de la sociedad nos va ornamentando a cada uno de nosotros.

Estos principios materiales cuyos exponentes fundamentales son el dinero, el poder y la gloria terrenal, van asediándonos y cercándonos dondequiera que se desenvuelva nuestra existencia y, excepto aquellas personas cuyos principios humanos están muy asentados, bien por su forma de ser, por su educación o por un aprendizaje basado en un buen grado de inteligencia, el resto se ve finalmente vencido y en general su grado de adaptación a éstos principios suele estar directamente relacionado con su grado de cinismo, hipocresía, egoísmo, agravados en algunos por una elevada ignorancia y carestía de inteligencia.

A mí me enseñaron desde que tengo uso de razón, algunos principios básicos de la vida que, con el pasar de los años, vas moldeando y adaptando a tu mundo particular y a tu forma de entender la vida y desenvolverte en ella. Algunos de esos principios no tardé mucho tiempo en dejarlos aparcados por absurdos, en ese saco de lastre innecesario y de bagaje que-no-te-pertenece, aunque te lo hayan tratado de infundir en lo más profundo de tus neuronas, tan pronto como comencé a tener un inicio de criterio propio sobre algunas cosas de éste mundo. Aquí podrñia englobar aspectos como los peligros del sexo, el miedo a los "rojos" y cosas por el estilo propios de una infancia desarrollada en la agonía del franquismo.

Otros en cambio los he mantenido asentados en lo más profundo de mi ser, pensando, inocente de mi, que se trataba de principios que toda persona “humana” los consideraría igual de fundamentables e inalterables que yo. Y esa constancia no ha sido debida a ninguna otra razón más que a mi profundo convencimiento de que la única filosofía vital es aquella de “vive y deja vivir”, es decir, vive tu vida como creas que debas vivirla de acuerdo a tus ideas e ideales, y deja que los demás hagan lo mismo con las suyas. Claro que no contaba con un elemento básico en ésta simple ecuación, a saber, aquellos cuya forma de vivir la vida consiste única y exclusivamente en que los que están a su alrededor no vivan la suya propia, o bien que vivan la vida tal y como esas personas les dicen que deben vivirla.

Y ahí es precisamente donde han chirriado a lo largo de mis años, los engranajes de mi existencia.

En resumen que visto y analizado el mundo actual y esto lo digo por propia experiencia, hay que reconocer que más que vivir la vida como tu crees que debes hacerlo, lo realmente importante y rentable sería “encajar tu vida” en la de aquellos que pueden desencajarte la propia sin el más mínimo pesar por su parte y sin ningún tipo de consideración hacia los cadáveres que van sembrando a su alrededor.

Pero a pesar de saberlo, nunca lo he hecho. No me gustan los abusos de jerarquías, no me gustan las deudas de favores permanentes y no me gustan aquellos que viven y viven bien a costa de que otros vivan mal.

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