A todos los que hemos
dedicado nuestros años de esfuerzos laborales al apasionante mundo del
marketing y la comunicación, nos ha enseñado la experiencia, además de los
estudios y los numerosos libros, artículos y revistas leídas sobre la materia,
que cualquier entidad ya sea pública o privada, cualquier empresa o cualquier
persona que por una u otra causa tenga un producto o servicio que desea vender
a la población y a través de ello obtener algún retorno a esa venta, siendo ese
retorno de cualquier tipo que imaginemos, ya sea monetario, ya sea de
conocimiento, ya sea de obtención de confianza, de generación de fama o lo que
quiera que sea, debe en primer lugar y sobre todas las cosas, pensar, diseñar,
desarrollar y ejecutar una adecuada política de comunicación.
La política de
comunicación se establece para decir a la gente aquello que queremos transmitir
de una forma clara y concisa, a través de los medios y soportes adecuados para
ello, y con unos mensajes que expliquen claramente todo aquello que queremos
que las personas conozcan acerca de lo que queremos “venderles” o acerca de
aquello sobre lo que deseamos “convencerles”, para en virtud de ello, conseguir
que esas personas se formen en su mente una imagen favorable hacia nuestro
producto, y una actitud proactiva para darnos su confianza o adquirir aquello
que deseamos venderles.
Todos estamos de acuerdo
en que desde hace ya algunos años, los “compradores” de las cosas, es decir,
los ciudadanos, hemos evolucionado mucho, hemos aprendido mucho, hemos
adquirido un nivel de cultura y formación que dista mucho del que poseían
nuestros abuelos y bisabuelos, y que por tanto los comunicadores debemos evitar
la tentación de engañarles, intentando venderles humo o intentando darles gato
por liebre. Esto es así para cualquier cosa o producto que queramos vender,
aunque no sé bien por qué, parece que no funciona cuando se refiere a la
política.
Efectivamente, si en el
mundo de la comunicación empresarial hemos llegado a la convicción firme e
incuestionable de que el cliente es el rey, y de que el mayor error que se
puede cometer es el engaño y el fraude cuando comunicamos algo que no es cierto
o que contiene algún tipo de falsedad, en la comunicación política viene
ocurriendo todo lo contrario y elección tras elección, se viene demostrando que
no ocurre absolutamente nada, que aquellos que mienten y falsean, que aquellos
que dicen una cosa y luego hacen otra, no sólo no son condenados con el
desprecio y el olvido, sino que en la mayoría de las ocasiones suelen ser
premiados obteniendo más confianza en tiempos posteriores, más votos en cada
elección y finalmente más poder a pesar de que no sepamos cómo lo van a usar.
¿Por qué ocurre esto?
No sé si alguien sabría
explicarlo, yo desde luego que no. No soy psicólogo, ni psiquiatra, ni
sociólogo, y mucho menos adivino, vidente o investigador de cerebros, y por
tanto no sé si existirá algún tipo de función neuronal que se desactiva cuando
se trata de recibir la comunicación y decidir acerca de la política. Lo único
que se me ocurre a primera vista, es que la política debe funcionar en nuestras
mentes de una forma algo parecida a como funcionan las cosas de por ejemplo el
fútbol.
Siempre he pensado que el
tema del fútbol es algo que, no es que sea irracional, sino que está “al margen
de la racionalidad”. Efectivamente si observamos a las personas, veremos muchas
que son equilibradas, bien formadas, lógicas y con sentido común en casi todos
los aspectos de su vida, pero cuando acuden a ver un partido de fútbol, bien
sea en un estadio o delante de un televisor, parece que por algún extraño fenómeno,
se apagan todas las neuronas del raciocinio y quedan solo aquellas que rigen la
pasión, la parcialidad, la visión más primitiva y primaria de las cosas, y por
ello esas personas se transforman en cuestión de segundos, pasando de ser
lógicas y racionales, a egoístas e irracionales. Todo lo que hacen los “suyos”
es excelente aunque realmente sea penoso, y todo lo que hace el equipo
contrario es penoso aunque estén jugando un partidazo. Y no hablemos ya del
árbitro que como tenga algún error en contra del equipo propio, se convierte de
inmediato en un infamante enemigo al que si esos fanáticos tuvieran a mano, le
podría ocurrir cualquier cosa. Deja de funcionar la mente y el raciocinio, y
afloran en toda su extensión las reacciones de egoísmo, furia desatada, ira,
nula capacidad de comprensión y demás actitudes propia de los fanáticos.
También estas mismas actitudes se revelan aún más exacerbadas en contra de los
jugadores del propio equipo cuando juegan mal y se convierten en “mercenarios”,
o cuando se van a otro equipo y se convierten en “traidores”.
Pues bien, algo parecido
debe pasar en la política, ya que si no es así, no encuentro explicación
posible a que un político que no haya dicho absolutamente nada de lo que piensa
hacer, un partido que no ha explicado cuáles son las líneas de su programa, y
unos dirigentes que no han hecho más que hacer lo contrario de lo que dicen,
hayan conseguido obtener el respaldo de más de 10 millones de personas y con
ello la mayoría absoluta para gobernar.
Conclusión, o esos
millones de personas han apagado las luces de sus neuronas en el momento de la
votación, o bien les da igual que les
engañen. Cualquiera de las dos alternativas es para echarse a temblar. Porque
la tercera posibilidad, es decir la consistente en que crean y hayan creído
todo aquello que los que han ganado las elecciones han dicho, me llevaría a
pensar que nuestro futuro es aún más negro de lo que pensaba, porque entonces
estaríamos en presencia de millones de fanáticos a los que, pase lo que pase,
no habrá nunca forma humana de convencerlos de que no están en posesión de la
verdad, que las cosas en general no son tal y como ellos las ven, y que la
culpa de los males no las tienen siempre y de forma exclusiva el partido
político de “los otros”.
Lo dicho al principio,
una vez más se demuestra que en la “comunicación política” no existe en
absoluto ninguna “política de comunicación” pensada, analizada y desarrollada
para que los ciudadanos conozcan toda la verdad de las cosas.