Y la letra entrañable de nuestros
queridos y recordados payasos continuaba “que alegraba siempre el corazón”….. Y
era verdad, nos alegró el corazón y la vida a muchas personas y nos hicieron
pasar momentos inolvidables.
Pero no, no es aquél el
circo al que me refiero, un circo maravilloso, honrado y profesional, sino al
circo indecente en el que nos están convirtiendo el país, un circo con unas
personas que quieren aparentar seriedad y profesionalidad, preocupación por los
problemas de la gente, y en el que nos quieren hacer ver que trabajan duramente
por nosotros. Pero no es verdad, realmente han demostrado que no pasan de ser
unos malos payasos, unos nefastos aprendices de hombres y mujeres con
principios, pero sí unos excelentes carroñeros y buitres que no dudan ni un
segundo en ocupar los lugares preferentes de los botes salvavidas, mientras el
barco en el que navegamos se va hundiendo con toda su carga de pasajeros
empobrecidos, indignados y engañados.
No sé realmente por qué
cuando se quiere ridiculizar a alguien se le llama payaso, cuando el payaso es
algo muy serio, entrañable y admirado. El payaso hace reir porque tiene arte,
amor y sensibilidad para hacer reir. Un verdadero payaso es alguien que da todo
lo que lleva dentro para que los demás nos sintamos como niños sin
preocupaciones y mostremos lo más hermoso que se puede mostrar: la sonrisa. Y
no son de esta clase los payasos que ahora están decidiendo a dónde nos llevan
en el país. Estos no dan absolutamente nada de lo que llevan dentro, y no solo
eso, sino que nos quitan a los demás lo poco que podamos tener, y eso la
verdad, es que no provoca ninguna gana de reir.
Por eso digo que no pasan
de ser unos malos payasos, unos payasos de esos que al no tener arte ni
sensibilidad, sólo consiguen algo intentando ridiculizar al prójimo. Malos
payasos y malas artes.
Esta mañana he oído una entrevista
al que dicen que es el mejor payaso del mundo, un hombre cuyo nombre no
recuerdo, pero que demostraba estar lleno de sensibilidad, de amor por su
trabajo, de humanidad y de pasión, un hombre que había estudiado cinco años de
danza clásica, que tocaba 6 u 8 instrumentos, y que se había preparado con
dureza para ser lo que es: un gran payaso.
Le preguntaban si le
molestaba que cuando se quería ridiculizar a alguien se le llamara payaso, y él
muy sabiamente contestó que no, que no se sentía aludido en absoluto, pero que
cuando en su profesión, la de los payasos, se quería ridiculizar a alguien, se le llamaba “político”.
Gran respuesta y gran verdad.
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